Para el gobierno de EEUU, no hay duda posible: es un felón. Para alguien como el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, quien hace poco cumplió un año refugiado en la embajada de Ecuador en Londres, tampoco: Snowden es un héroe por la lucha de las libertades ciudadanas; y acaso es comparable al soldado Bradley Manning, quien dio la materia prima –millones de documentos clasificados como top secret por el Departamento de Estado o cancillería de EEUU- para la célebre filtración que efectuara WikiLeaks en 2010.
Pero entre quienes satanizan y santifican al ex espía de la agencia estadounidense de inteligencia más poderosa del mundo y de la NSA, después reconvertido en “topo” informático o ciberespía, están los tres periodistas quienes no sólo creyeron en la enorme filtración que había realizado Snowden, para obtener información inobjetable sobre cómo el Estado, como si se tratara del “Gran Hermano”, sobre el cual escribió George Orwell en 1984, espía a sus ciudadanos y a países, sino que, y esto es lo más importante, comenzaron a publicar las primeros datos de, al parecer, una fuente inagotable de revelaciones.
Es como si en las casas de la gente se hubiera levantado la alfombra para descubrir a los equipos de espías que recolectan información para, algún día, usarla contra los propios dueños de casa. Pero sin la inicial publicación de The Guardian, de Londres, o The Washington Post, posiblemente las revelaciones de Snowden no hubieran tenido el mismo impacto. Todavía hay un gran espacio para el periodismo que revela aquello que al poder le interesa mantener oculto. Lo cual equivale a sostener, como dijo Orwell, que la libertad de expresión es escuchar aquello que no nos gusta.
El programa Prisma
El “topo” o, como también se le ha llamado, filtrador Snowden inició una decisiva ronda de selectivos contactos con dos periodistas, Glenn Greenwald, y la documentalista Laura Poitras, a quienes pidió, por motivos de seguridad, que instalaran programas de decodificación o desencriptadores de los correos electrónicos que gradualmente enviaría. Después, Poitras solicitó ayuda al periodista Bart Gellman.
Se cree que el “topo”, quien ya no tiene pasaporte de EEUU y que está varado desde el 23 de junio en el aeropuerto ruso de Sheremétievo, sólo ha revelado una mínima parte –la punta del iceberg- de la información que posee a buen recaudo; ahora se sabe que las agencias estadounidenses de espionaje operaban el programa Prisma –PRISM, en inglés-, que les permite ingresar directamente a las bases de datos e información de compañías como Google, Microsoft, Facebook, Apple y Skype, aunque las tres primeras ya han solicitado que se les deje publicar la lista de datos que facilitaron al Gobierno de EEUU.
Lo paradójico es que Snowden, quien destapó el caso, está acusado de espionaje. Según una encuesta de la Universidad Quinnipiac, 55% de los electores estadounidenses considera que el filtrador no es un traidor sino un “soplón” (whistleblower, en inglés) y 45% cree que los esfuerzos antiterrorismo del gobierno “van muy lejos al restringir las libertades civiles”.
El Gobierno de EEUU justifica un programa como Prisma en razones de Estado y de seguridad nacional, lo cual está sustentado en una rigurosa normativa interna luego de los atentados del 11-S, en tanto que sus detractores aseguran que tales recaudos para evitar nuevas acometidas terroristas violan los derechos y las libertades civiles de los ciudadanos, consagrados en la Constitución.
El primer contactado
El primer contacto con el periodista Glenn Greenwald data de diciembre de 2012.
Greenwald, quien se autodefine como bloguero, es un abogado especialista en derechos civiles que el diario británico The Guardian contrató en 2012; ha sido una de las piezas clave del engranaje que reveló el sistema con el que los servicios secretos estadounidenses espían a millones de personas y países.
Greenwald se licenció en derecho en 1994 en Nueva York y creó su propio bufete, en el que se dedicó a defender casos relacionados con el derecho constitucional y los derechos civiles.
Una década después decidió dejar de ejercer como abogado y abrió un blog personal, Unclaimed Territory (Territorio sin dueño), en el que publicaba sus opiniones políticas, y pronto comenzó a escribir en la página web Salon.com y a publicar los libros How Would a Patriot Act (Cómo se hizo la Ley Patriota) de 2006, A Tragic Legacy (Un legado trágico) de 2007, Great American Hypocrites (Grandes hipócritas estadounidenses) de 2008 y With Liberty and Justice for Some (Con libertad y justicia para algunos), publicado en 2011.
La coherencia del trabajo de este abogado convertido en columnista con contrato fijo en The Guardian fue como un imán para Snowden. Con las confidencias del “topo”, el bloguero develó en el diario británico que la NSA trabajaba con el programa llamado Prisma.
Snowden confió una de las exclusivas más relevantes e impactantes de los últimos años a un periodista que ha dedicado su carrera a la defensa de las libertades civiles y que en 2011 sostenía que el soldado Bradley Manning, que filtró miles de documentos a WikiLeaks, “merece una medalla, no una vida en prisión”.
Sin embargo, al principio no le dio mayor importancia a los primeros e-mails del “topo” y no fue sino después de mucha insistencia que comenzó el vínculo determinante.
“Cuando comencé a hablar con él (Snowden), ya estaba en Hong Kong y me pidió que viajara y lo encontrara allá. Le dije que necesitaba ver algunos documentos para saber si valía la pena ir hasta allá. Me mandó unos 20 documentos aproximadamente y eran la cosa más impresionante que había visto en mi vida. Al día siguiente viajé a Nueva York y un día después a Hong Kong”, le dijo a la AFP en una entrevista.
Al encontrarse, el ex agente de la CIA le dio un par de cajas con reportes de inteligencia y se identificó: “me dio varios documentos que tenían su nombre, su número de seguro social, su identificación del gobierno. Ese día conocí su nombre”. Muchos de los documentos de la NSA son “muy complicados, técnicos, muchos codificados, no en inglés regular y da mucho trabajo descifrarlos", asegura Greenwald, para quien nuevas revelaciones “vienen en camino”.
Pero la noticia no habría llegado a la persona adecuada de no ser por la política editorial que lleva adelante la directora de la edición online de The Guardian, Janine Gibson. Según explicó, ese medio informativo trata de fichar a reporteros apasionados por los temas sobre los que escriben, como en el caso de Greenwald, un tenaz luchador por los derechos civiles. Para Gibson, los periodistas “no van a perseverar” en historias tan complejas como la del espionaje “si realmente no están muy involucrados” en el asunto que investigan. La estrategia de Gibson es toda una lección de periodismo para los medios impresos y del ciberespacio.
Una “seleccionada”
Greenwald no fue el único periodista contactado por Snowden. Según ha revelado la publicación Salon, el ex agente de la CIA se comunicó también con la célebre periodista y documentalista estadounidense Laura Poitras.
A lo largo de su carrera, Poitras se ha caracterizado por su lucha a favor de la libertad de expresión. Es autora de películas de denuncia sobre políticas de EEUU que desatan controversia, como la prisión de Guantánamo; pero su sueño dorado era conocer por dentro el sistema de vigilancia de la vida de los estadounidenses, por lo cual preparaba un documental sobre las filtraciones, la libertad en internet y WikiLeaks.
Según ha relatado a Salon, un día de enero de este año recibió un enigmático e-mail. El remitente desconocido le dijo “quiero su código encriptado'necesitamos un canal seguro”. Y luego llegó un segundo mensaje: “Tengo información sobre el entorno de (los organismos de) Inteligencia. No será ninguna pérdida de tiempo para usted”.
La petición del cibernauta anónimo no le pareció tan rara, porque su trabajo para el documental sobre WikiLeaks la había puesto en contacto no sólo con el argot de los filtradores, sino también con sus prácticas de seguridad y privacidad. Sin embargo, no todo resultó tan fácil. “Yo ya tenía códigos de encriptado, pero lo que él estaba pidiendo iba más allá de lo que yo empleaba en términos de seguridad y anonimato”, reconoció en la entrevista a Salon.
Intercambiaron varios correos sin comprometerse a nada. Ambas partes andaban, debido a la naturaleza de la información, con pies de plomo. “Era todo teórico, pero tenía la sensación de que era legítimo (lo que me contaba). Hacía afirmaciones y aseguraba tener documentación”, cuenta Poitras.
La periodista intercambiaba mensajes con su misteriosa fuente sin saber quién era ni dónde trabajaba. Pero comenzó a atar cabos cuando se enteró de que su compañero de la Fundación Freedom of the Press (la Fundación para la Libertad de Prensa), el también periodista Glenn Greenwald, también recibía correos iguales o parecidos.
Según se conocería después, el “topo” tenía otro motivo para contactarse con Poitras: era “una de las seleccionadas”. ¿”Seleccionada”? ¿Qué significaba este adjetivo en el argot de los espías cibernéticos? Con el correr de los días, llegó la explicación del ex agente de la CIA: “todo lo que haces, cada amigo que tienes, cada compra que haces, cada calle que cruzas implica que estás siendo vigilada”. Era precisamente lo que Snowden quería denunciar: que todo ciudadano estadounidense está bajo el radar de los servicios secretos de EEUU. Es decir, bajo la mirada del todopoderoso Gran Hermano orwelliano.
Casi lo mismo le dijo Greenwald, quien vive en Río de Janeiro hace unos ocho años con su pareja, a la AFP: que está seguro de que es espiado en Brasil. “No tengo la menor duda de que el gobierno está siguiendo mis comunicaciones. Estaría impresionado si no lo hicieran. Siempre asumo que estoy siendo vigilado (...) Cuando estaba en Hong Kong hablé con mi pareja por Skype para decirle que le enviaría unos documentos protegidos. Unos días después su computadora fue robada, no se robaron nada más, sólo eso”, asegura.
“Me han dicho que hay una fuerte presencia de la CIA en Río de Janeiro y creo que me siguen, pero eso no me va a detener”, agrega.
La mano de Gellman
No fue tan fácil para Snowden convencer a Poitras de que tuviera confianza en él, pero sobre todo en la información –la “bomba”- que tenía entre las manos. Fue en febrero de este año cuando la experimentada documentalista consultó a su buen amigo periodista del The Washington Post y doblemente ganador de un Pulitzer, Bart Gellman, qué opinaba sobre los correos y la fuente sin rostro. Gellman estuvo de acuerdo en que parecía de fiar.
“Contactó con nosotros, no sabíamos cuáles eran sus planes y en un momento dado nos mostró documentación”, cuenta Poitras e insiste: “hasta hace muy, muy poco no supe la identidad de la persona (que me escribía)”.
El 16 de mayo el colega de Poitras contactó por primera vez directamente con Snowden. El joven analista informático tampoco reveló su nombre a Gellman en aquella ocasión. Unos días más tarde, según cuenta el laureado informador, Snowden planteó una publicación sobre lo que más le indignaba: el programa Prisma, que obtiene información personal de los ciudadanos gracias a los documentos almacenados –como se sabe, guardan una copia de todo intercambio de datos (e-mails, fotografías, etc) de los usuarios- en los gigantes informáticos Facebook, Google o Microsoft.
El “topo” le envió, por un medio seguro e encriptado, una presentación en Powerpoint de 44 diapositivas sobre cómo funciona Prisma. No obstante, de acuerdo con Gellman, The Washington Post ha publicado, por razones de seguridad nacional, sólo cuatro diapositivas, luego de dos semanas de que se comprometiera a hacerlo.
Y algo más: todos los mensajes estaban firmados por “Verax”, que en latín significa “relator de la verdad”. Hoy “Verax”, el “topo” Snowden, tiene un futuro incierto (Con información de AFP y de medios online).
Snowden dio información inobjetable sobre cómo el Estado, como si se tratara del “Gran Hermano”, sobre el cual escribió George Orwell en la novela 1984, espía a sus ciudadanos y a otros países.
“No hay salvación para mí”
¿De qué habla el ex agente de la CIA Edward Snowden cuando asegura que no tiene “salvación”?
Como se movía en los subterráneos del poder –del verdadero poder-, conoce muy bien la dimensión y fuerza del adversario contra el que pelea.
“Te matarán si creen que eres el único que podría poner fin a esta filtración y convertirlos en los únicos dueños de esta información”, llegó a advertir un preocupado Snowden al periodista del The Washington Post, Bart Gellman.
El informador, que ganó dos veces el Pulitzer –el Oscar del periodismo estadounidense-, no cree que pudiera llegar a ese punto, pero entiende que el ciberespía estuviera gravemente preocupado.
“No hay salvación para mí”, le dijo el ex agente de la CIA. Tal vez por esta razón, una vez conocidas las primeras filtraciones, el ciberespía resolvió revelar su identidad a todo el mundo.
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