— ¿Cómo me dirijo a usted, con su grado?
— No haga referencia a nada de grados ni nombres y evíteme la posibilidad de un contratiempo. “En un principio y con poca originalidad me imaginé referirme internamente a este personaje como ‘Garganta Profunda’, el nombre de aquel ícono del cine pornográfico de finales de los años 60 del siglo pasado y que fue usado por dos periodistas del Washington Post para identificar a su informante sobre el caso Watergate (escándalo político que en 1974 provocó la renuncia del presidente norteamericano Richard Nixon), pero luego me di cuenta de que las ‘revelaciones’ de mi entrevistado no harían caer a ningún gobierno. Tampoco eran pertinentes bautizos como el ‘Snowden boliviano’, ni nada de WikiLeaks, es decir, un anónimo total”.
— ¿Cuándo comenzó a interesarse por la Inteligencia militar?
— Fue un destino. Cada pequeña unidad es una réplica de una gran unidad. Es decir que las pequeñas unidades tienen también su G2 (Departamento Segundo de Inteligencia). Estaba destinado de subteniente en el “Bullaín” y al comandante se le ocurrió enviarme a Inteligencia. No había mucho qué hacer y de vez en cuando nos llegaba una orden de alerta desde La Paz. Aprovechaba para leer algunos libros que me regaló mi padre, también militar, y de ese modo conocí el pensamiento de Carl von Clausewitz (militar prusiano) y Sun Tzu (estratega chino), pero al mismo tiempo me deleitaba leyendo historias de la primera y la segunda guerras mundiales, sobre todo el método de comunicación entre los ejércitos, que era toda una obra de arte e inteligencia.
— ¿Le sirvió de algo?
— Todo. No es posible concebir la guerra sin Inteligencia. Sin espionaje. Cuando hablo de guerra, hablo también de la de baja intensidad. Esa que libramos en Bolivia casi siempre.
— ¿Guerra de baja intensidad?, suena a escaramuzas…
— No. Es una guerra interna permanente, contra el enemigo ideológico, contra los países en todo el mundo. No se trata de agarrarnos a tiros, pero Bolivia, como todos, desarrolla su pequeña guerra fría interna y externa.
— ¿Es decir que Bolivia espía internamente y a sus vecinos?
— Espiar suena feo. Hace Inteligencia. He estado de agregado militar en un par de países y detrás de la cordialidad de camaradas, hay de todo. Preguntas, respuestas, respuestas intencionalmente equivocadas, sobornos, documentos, chismes, alguna dama que actúa como Mata Hari. Todo se envía al Departamento Segundo de la fuerza en la que uno está y se supone que desde allí se informa al Consejo Permanente de Seguridad Nacional (Cosdena) o, por lo menos, su equivalente actual y, de allí, se informa a la Cancillería luego de un filtro y proceso que se hace en las Fuerzas Armadas. Hay gente que inventa y escribe unos informes vergonzosos que dan cuenta de una inminente invasión de Bolivia por parte de algún vecino.
— ¿Alguien los toma en serio?
— No sé. Se hablaba del Plan Alpaca. No es nuevo, pero dicen que es un plan paciente de penetración chilena en instituciones públicas, privadas, organismos abiertos y secretos que operan en el país a través de un trabajo de estudio de gran parte de las regiones.
— Pero creo que a Chile le gustaría eso…
— Es posible. Los informes que recogí a lo largo de mi carrera daban cuenta de planes chilenos para enfrentar a Bolivia, a Perú y la Argentina. Pero son planes que se desarrollan como estrategias extremas y como parte del enunciado que dice que si quieres la paz, prepárate para la guerra.
— A lo largo de su carrera, ¿se enteró o actuó en algo digno de contar?
— Durante el periodo de Hugo Banzer dictador y Augusto Pinochet, Chile promovió el canje territorial y a cambio obtuvo la presencia de agentes del Plan Cóndor en Bolivia, es decir que la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional de Chile) actuó impunemente en Bolivia con agentes chilenos, argentinos, paraguayos, incluso uruguayos que buscaban en nuestro país gente de esos países calificados de extremistas. Posteriormente, durante la presidencia de Luis García Meza (17 de julio de 1980-4 de agosto de 1981), fue evidente la presencia neonazi mediante Pier Luigui Pagliai, Stefano Delle Chaie, un alemán de apellido Fiebelkorn, quienes se reunían en un restaurante en Santa Cruz, el “Babaria”, y yo, que estaba en operaciones de la Octava División, tenía la obligación de darle a Klaus Barbie informes sobre “extremistas” porque tenía una credencial del Ejército boliviano. Humillante.
— Fue un periodo difícil para todos, incluso para muchos militares, ¿no?
— Mire, nosotros informamos al Comando de División sobre la presencia extraña de coreanos en Santa Cruz. ¡Qué ingenuidad, era la secta de Sun Myung Moon que había apoyado con la considerable suma de cinco millones de dólares el golpe de estado del general García Meza!
— ¿Cómo se enteran? Es decir, ¿cómo es que ustedes saben de esas cosas?
— Tenemos una escuela, una doctrina. Pasamos un año en la Escuela de Inteligencia y luego otro año en el curso avanzado. Allí van muchos miembros de las Fuerzas Armadas, de todos los grados. Tenemos un pénsum que incluye tratamiento de la información, procesos, contrainteligencia, economía, derecho; ahora un requisito es el uso óptimo de computadoras, inglés, fotografía, contrainsurgencia, terrorismo, incluso tenemos clases de caracterizaciones.
— ¿Y eso?
— Son disfraces. Hay gente que se ponía un sombrero y una chamarra sucia, pero no se quitaba sus botas de dotación. Los reconocía cualquiera. Ahora las cosas han cambiado. Hay gente que por años se infiltra en varios estamentos para lograr información.
— ¿Estamos hablando en lo interno?
— Sí. ¿Cómo cree usted que se agarran a grupos terroristas y separatistas? Con infiltrados. Con gente que está años en una actividad civil con la cual nadie sospecha que es un oficial del Ejército.
— ¿Eso no es más para la Policía?
— Es para todo el aparato de seguridad del Estado. La Policía lo hace en el combate contra el narcotráfico.
— ¿Cómo se evitan abusos? ¿Cómo se hace para que todo sea, digamos, en el nombre de la seguridad de Bolivia?
— No se puede. Conozco jefes militares que hacían seguir a sus propios camaradas, generalmente para “serrucharles” el piso. Hay gente que usaba el aparato para seguir a sus esposas. Pero no es lo habitual. Lo peor, la lacra que enfrentamos son los informantes a sueldo, los “tiras” que inventan cualquier cosa para seguir en su pega. Siempre sus informes son de conspiración. Nunca te dicen las fuentes, porque no las tienen.
— ¿Es verdad que los edecanes, cuerpo de seguridad y ayudantes del Presidente y ministros informan de todos los movimientos de sus jefes a Inteligencia?
— En general sí. Pero no es para vigilarlos en el mal sentido. Es por la propia seguridad de estas personalidades. Es como un libro de novedades, porque la seguridad es algo especial que no debe volverse rutina y debe ser muy discreta. Cualquier cosa pasa y la responsabilidad del cuidado de esas autoridades es de su cuerpo de seguridad.
— Si un ministro se tira una “cana al aire”, ¿informan?
— (Risas) No lo creo. El tema personal es otra cosa. Nunca leí en mis años en el G2 que tal o cual ministro tenía alguna aventura.
— ¿Pinchan teléfonos?
— Cuando estaba en actividad en gobiernos militares, se hacía. Luego me enteré que el famoso Marco Marino Diodato (prófugo de la Justicia desde 2004) era un experto. Ahora no lo sé, hay tanta tecnología que sería tonto pensar que no te vigilan.
— Ustedes estudian para adelantarse a los hechos. ¿Alguna vez aciertan?
— Más o menos. Personalmente me aplacé en lo que se llamó Febrero Negro, en 2003. Ni en mi mayor delirio pensé en un enfrentamiento entre policías y militares. Pero también acertamos cuando le dijimos al mando militar que Gonzalo Sánchez de Lozada no acabaría su mandato.
— No había que ser muy inteligente para eso…
— Sí, pero usted habla con los hechos consumados. Vaya a ver los informes redactados cuando se posesionaba Goni y verá que ya en ese momento dimos una alerta.
— A propósito de prevenir, se habla de Inteligencia en medio de un papelón de Estados Unidos con el excontratista e informático Edward Snowden. No es muy inteligente confiar tantos datos a una sola persona, ¿no?
— Es el factor humano. Nunca se sabe cómo van a reaccionar las personas, pero es obvio que debió haber un plan B. A no ser que el plan B sea eliminarlo incluso en un vuelo. Eso sería terrible.
— ¿Hay información clasificada en el Estado Mayor?
— Sí. Pero no es como imagina la gente. Esto es Bolivia y no una película de gringos. Son planes de operaciones. Contingencias, escenarios posibles de una guerra internacional, geopolítica, tesis, todo en el marco de lo que es el país y sus limitaciones.
— ¿Se puede encontrar un informe de los restos de Marcelo Quiroga Santa Cruz o de los restos del Che Guevara?
— No. En el caso de Quiroga Santa Cruz, creo que los restos han sido entregados a los familiares, y en el caso del Che Guevara, Cuba ha recibido cualquier cosa, de eso estoy seguro. Si se hicieron informes sobre los restos del señor Quiroga Santa Cruz, ya no están más en Miraflores.
— ¿Qué hay físicamente en el Departamento Segundo de Inteligencia del Estado Mayor?
— Varias cosas. Una caja fuerte con algunos documentos. Recuerdo algún reloj de alguien, pero donde deben estar detalles de las acciones de la guerrilla y contrainsurgencia es en el Departamento Tercero de Operaciones. Había un salón de banderas donde se invitaba un vino a los agregados militares de otros países. Los norteamericanos alguna vez lo usaban como oficina propia. Una vergüenza, tengo entendido que ya no van más.
— ¿Los documentos de la guerrilla de Teoponte, estarán en algún lado?
— En el Tercero. Supongo.
— ¿Y los documentos de la guerrilla del Che?
— Ni idea. Yo nunca recibí un inventario con ese detalle. Le reitero: deben estar en Operaciones.
— Para nada. Los han robado y hay gente que quiere venderlos, si no lo han hecho aún.
— Tengo estrellas doradas y no sé de eso, ¿usted de cómo lo sabe?
— Mi general, léalo en el Informe La Razón. Perdón, olvidé la recomendación sobre su grado.
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