Escándalo. El problema no es que nos vigilen, el problema es hasta dónde nos vigilan. Los programas secretos de espionaje de EEUU revelados por un contratista Edward Snowden, abren un debate sobre la creciente intromisión del Gobierno en la privacidad de los ciudadanos en la era de Internet.
TEXTOS. Rui Dong de spanish.china.org.cn////
Ha sido gracias a la audacia de un joven de 29 años, que hemos sido ayudados para conocer algunas cuantas cosas. Una de ellas, que la privacidad ya no existe. Nos observan. Y entre los muchos que nos observan, está el Gobierno de los Estados Unidos (EEUU), lo cual no es precisamente una novedad.
EEUU es la mayor potencia económica y militar del mundo. Tiene intereses globales, tropas y bases en cada continente. Es el objetivo número uno del terrorismo internacional y ha sido blanco de múltiples ataques cibernéticos por parte de su gran rival, China. Es el lugar de origen de Internet y el hogar de Google, Microsoft, Facebook, Apple y Twitter, por nombrar algunas de las marcas más poderosas de la red. Por lo tanto, tiene los motivos y los medios. Así pues, que las empresas estadounidenses que poseen toda la información en Internet, hayan decidido colaborar, más o menos voluntariamente, con el Gobierno estadounidense, no es ninguna sorpresa.
Tampoco se trata de una ilegalidad, pues el Gobierno se aseguró de proveerse con todas las autorizaciones parlamentarias y judiciales pertinentes. Sí, puede que sea una inmoralidad e incluso un atropello a las libertades públicas, pero esto es algo en lo que los países frecuentemente incurren apoyados por toda la ley.
Sin embargo, el resultado del juicio a esa actitud será producto de la forma en que se mire: desde un concepto individualista y liberal, el veredicto será más bien severo; visto desde una idea más estatista sobre el papel del Gobierno, sería más benevolente.
EL REVELADOR
El audaz joven es Edward Snowden, un contratista privado al servicio de la Agencia de Seguridad Nacional o NSA por sus siglas en inglés.
Snowden entregó a The Guardian primero, y después a The Washington Post dos documentos que recogían otros tantos programas secretos de espionaje del Gobierno estadounidense. Uno, para el registro de los números telefónicos y duración de las llamadas de la compañía estadounidense Verizon y otro, de nombre Prisma, que permite tener acceso a correos electrónicos, chats, fotos y demás material intercambiable en Internet, entre ciudadanos extranjeros y fuera del territorio de los EEUU. Hasta donde se sabe, Prisma no afecta a los ciudadanos estadounidenses ni a aquellos que residen en el territorio estadounidense.
Para el Gobierno estadounidense, ambos programas son de vital importancia, dado que han permitido abortar decenas de intentos de ataques terroristas en el pasado. Su revelación significa un daño enorme para EEUU.
Según la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU), que ha presentado una demanda contra el Gobierno, es una violación de la Constitución. El presidente Barack Obama salió en defensa de los programas, argumentando que, en el mundo actual “no se puede tener el 100 por ciento de privacidad y el 100 por ciento de seguridad”; es una mínima molestia añadió, a fin de que los estadounidenses tengan el sueño tranquilo.
Entonces, ¿qué es lo que ha sacado a relucir Snowden?
Para entender el impacto y las consecuencias de los papeles de Snowden, es necesario entenderlos en el tiempo en que se han producido. Así como los papeles del Pentágono encontraron a una población horrorizada con la guerra y el Watergate aterrizó en un país asqueado de las artimañas políticas, los documentos de Snowden llegan a una sociedad aletargada por los encantos ilimitados de las nuevas tecnologías.
Vivimos en un mundo donde somos vigilados constantemente: entrar a un banco implica ser observado por una cámara tras la cual se encuentra un agente de seguridad; en el metro, en los aeropuertos, somos filmados y registrados. Incluso salir a recorrer las calles significa ser grabado por una multitud de cámaras urbanas, muchas de las cuales se encuentran también en espacios públicos y privados, como los taxis. Nuestra realidad es que nuestra privacidad recibe ataques constantes e impunes y a nadie parece importarle mucho.
Sin embargo, una vez que trasladamos esta realidad al mundo de Internet, las proporciones son desmesuradas: nuestros mensajes, fotos de cualquier tipo de eventos, personales o no, incluso nuestros más íntimos pensamientos ofrecidos a un amigo o a nuestra persona amada, van a parar almacenados en un lugar llamado “la nube”. Hay personas y empresas concretas que tienen acceso a esa información, la procesan y más adelante, la presentan con motivos comerciales.
Sobre estas líneas, ya que unos utilizan la información para beneficios comerciales, ¿cuál es la diferencia en que sea el Gobierno quien la utilice para un propósito más noble, como es la seguridad? El espionaje ha existido desde siempre. Ha evolucionado casi a la par que el ser humano. Los países se espían unos a los otros, espían a sus propios ciudadanos, sus finanzas, sus movimientos sospechosos. Cuando ese espionaje ha logrado resultados satisfactorios, como es las más de las veces, nos alegramos todos. ¿Cuántos inocentes habrán sido espiados hasta llegar a los verdaderos culpables? Nadie sabe, pero, al tiempo que nos alegramos, nos queda constancia de que ese espionaje existe y es real. Entonces nos horrorizamos. Y ese horror puede no deberse al espionaje en sí, sino al hecho de que es secreto.
Lo secreto asusta y alarma: el secreto, como arma de doble filo, protege la actuación legítima de un agente del bien, pero también cubre el abuso de un funcionario sin escrúpulos.
El secreto deja a los ciudadanos inertes ante el Gobierno, quien queda como la única autoridad para decidir qué hacer en cada situación. El secreto es sinónimo de autoritarismo.
Cualquiera puede entender que los gobernantes tengan que actuar en secreto en ocasiones. A nadie se le ocurre que la CIA debiera haber ido informando al Congreso sobre sus pasos en la localización de Osama bin Laden.
Pero el secreto no se justifica siempre ni con tanta frecuencia como las autoridades desearían. Probablemente, no se justifica en los papeles de Snowden. No se aprecia a primera vista qué dicen esos papeles que los terroristas no dieran ya por supuesto. ¿A alguien se le ocurre que Al Qaeda se comunicaba por correo electrónico sin sospechar en absoluto que pudiera ser leído por los servicios de espionaje?
Por lo tanto, el problema de fondo detectado por los documentos de Snowden, es el insuficiente control de la intromisión del Gobierno en las vidas privadas de los ciudadanos. No es el ataque a la ya de por sí inexistente privacidad, ni de que Estados Unidos espíe al mundo para protegerse, no. Es la preocupación por el alcance de ese espionaje debido a la falta de control democrático. El Congreso era informado, pero en secreto. Un juez firmaba la autorización para el espionaje, pero
era el juez de un tribual secreto, creado en 1978 y conocido por sus siglas FISA, y que en el último año aprobó todas y cada una de las solicitudes de intervención presentadas por los responsables de seguridad. No se necesita mucho para saber que son garan- tías escasas para una recolección tan masiva de datos.
El último lugar de la controversia, lo ocupa el papel de las empresas de Internet, que ahora buscan limpiar su imagen. Facebook dijo que en 2012, había recibido alrededor de 10 mil peticiones de distintos niveles del Gobierno para acceder a cuentas de sus clientes. Todas las cuales venían con la firma del juez de FISA. Pero esas empresas y otras grandes de Internet que esta semana hicieron públicas reclamaciones de más transpa- rencia, se deben también a sus clientes, con los que se han comprometido a no desvelar sus datos privados.
Ha sido el dilema desde tiempos inmemoriales. El Gobierno, los ciudadanos y la libertad existen desde siempre, junto con la tensión entre el interés público y la privacidad. La humanidad ha tenido un gran número de atropellos en nombre de atender el bien de la mayoría. Los papeles de Snowden nos demuestran que la tentación de actuar por encima del conocimiento de los ciudadanos, incluso siendo en beneficio de ellos, es cada vez más grande y peligrosa en esta era de Internet.
No puedo aceptar...
"Mi único objetivo es informar a la gente sobre lo que se está haciendo en su nombre y lo que se hace en su contra", declara a The Guardian.
Hace un mes, tuvo que dejar a su pareja, con la que disfrutaba de una vida cómoda en Hawai, para volar a Hong Kong antes de la divulgación de las filtraciones, dijo el diario.
"Estoy dispuesto a sacrificar todo esto porque no puedo, en mi alma y mi conciencia, permitir al Gobierno de EEUU que destruya la vida privada, la libertad de internet y las libertades fundamentales de todo el mundo con este enorme sistema de monitoreo que se está llevado a cabo secretamente", aseguró Edward Snowden, durante una entrevista.